El origen de una saga

Publicado 13 octubre, 2014 por David B. Gil
Categorías: Cómic USA, Image, Reseñas

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El cómic es un medio relativamente nuevo, aún en evolución, lo que hace que las grandes obras del medio lo sean, entre otras cosas, por traer una serie de innovaciones (a nivel narrativo o argumental) que otros se apresuran a imitar hasta convertirlas en tendencia. En lo que llevamos de siglo, sin embargo, comienzan a aparecer una serie de autores que no buscan romper con lo precedente (más bien al contrario, tienen una serie de referencias claras sobre las que les gusta trabajar, e incluso homenajear), pero cuya falta de transgresión no impide que sus obras rayen a un nivel verdaderamente elevado. Y si Sostiene Pereira, la novela que Antonio Tabucchi publicara en 1994, se considera uno de los máximos exponentes de la novela moderna europea precisamente por condensar con maestría las técnicas narrativas precedentes, este Saga, de Brian K. Vaughan y Fiona Staples, puede ser uno de los mejores ejemplos de lo que es el gran cómic moderno estadounidense.

Saga nos cuenta la historia de Alana y Marko, dos soldados de sendos ejércitos planetarios en guerra eterna, que se conocen como enemigos, pero entre los que acaba surgiendo un amor impío condenado por ambas razas. Los jóvenes prefieren convertirse en desertores a renunciar a sus sentimientos, y es durante su huida cuando engendran a Hazel, la hija de ambos al tiempo que narradora no-nata del relato. De este modo, Vaughan articula su historia como una road story que tiene un poco de comedia romántica, otro poco de drama bélico, y un mucho de space opera.

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Y es que resulta imposible que la sinopsis de Saga no nos suene a un refrito de referencias dispares que van desde Star Wars a Firefly, pasando por clásicos literarios como Romeo y Julieta o videojuegos como Mass Effect. Intertextualidad transgénero a mansalva que puede hacer sospechar al lector desconfiado de la calidad del producto. Pero entonces miras los galardones cosechados (nada menos que tres Eisner a «mejor serie continuada», «mejor serie nueva» y «mejor escritor» en 2013, y un premio Hugo a la mejor historia gráfica ese mismo año) y te dices que algo debe tener. Y vaya si lo tiene. Desde luego, Saga no inventa nada nuevo, pero todo lo que hace lo hace endiabladamente bien.

Vaughan no se ve forzado por la exigencia de ser original y rompedor que algunos escritores se autoimponen; ni tampoco por la necesidad de encuadrarse en una moda (condición diametralmente opuesta que, habitualmente, viene de los editores). Se nota desde la primera página que Image Comics ha dado vía libre al autor para hacer lo que le dé la real gana, y Vaughan lo hace de manera gloriosa. No se limita a géneros, no se limita a convencionalismos, hay humor, hay gore, hay niñeras fantasmas grotescamente amputadas, hay sexo interracial (pero sexo de verdad, e interracial de verdad), hay una protagonista femenina que no para de decir tacos y a la que le encanta follar con su marido, y un protagonista masculino mucho más sensible, recatado y sensato que su esposa, hay relaciones familiares complicadas, villanos con el corazón roto a los que quieres que las cosas les salgan bien (pero no del todo, claro). Hay muchos elementos en Saga que no solemos ver juntos en una misma historia, pero que de algún modo encajan a la perfección en el universo que han creado los autores. Lo cierto es que la lectura de los tres primeros volúmenes publicados por Planeta resulta tan placentera que sólo lamento que no se trate de una novela gráfica autoconclusiva, porque sabes que nadie es capaz de mantener tal torrente creativo, tal estado de iluminación, en una serie regular.

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Abro el pertinente párrafo para hablar de la dibujante, Fiona Staples, a la que he tenido el placer de descubrir en este tebeo. He de decir que mi relación con su trabajo ha tenido sus altibajos a lo largo de los tres tomos: empecé embelesado por el mundo colorido desplegado por la artista canadiense, que crea un fascinante contraste con la explícita brutalidad y sexualidad de algunos pasajes de la historia. Luego comenzó a molestarme esa tendencia por no entintar los fondos que algunos autores norteamericanos han decidido adoptar (sospecho que más por su conveniencia a la hora de cumplir los plazos que por un resultado estético), y es que, como algunos han criticado, provoca una extraña disociación entre las figuras y el fondo. Pero a medida que van pasando los capítulos todo empieza a encajar, como una película rodada al transfoque, pues ciertamente no se puede decir que el mundo de Saga carezca de detalles o personalidad, mientras que sus personajes poseen una potencia expresiva fascinante. A lo que hay que sumar la excelente labor de la ilustradora a la hora de crear un imaginario interplanetario de lo más variopinto, tanto en lo referente a escenarios como a las razas y personajes que lo pueblan. El balance final es que Saga me resulta, junto con Sandman: Overture y Ojo de Halcón, uno de los cómic mejor dibujados de cuantos se están publicando actualmente.

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En definitiva, y por si no había quedado claro, con todo esto intento deciros que Saga es probablemente el mejor cómic que he leído este año, y sin duda alguna, una de las colecciones de referencia del mercado norteamericano (algo a lo que Image nos está acostumbrando últimamente). Saga es una obra adulta, divertida, compleja pero, sobre todo, es honesta. Está claro que es un producto de entretenimiento (pocos cómics, novelas o películas no lo son), pero es uno que no está creado al servicio de la industria, sino al servicio de la satisfacción personal de su creador, que ha permitido volar su imaginación sin ninguna cortapisa. Se percibe a cada página que los autores están disfrutando con lo que hacen, y no existe mayor garantía de calidad que ésa. 9

‘Los Guardianes de la Galaxia’: space opera a ritmo ochentero

Publicado 17 agosto, 2014 por David B. Gil
Categorías: Cine y series, Marvel, Reseñas

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Marvel inaugura franquicia cinematográfica y vertiente narrativa con Los Guardianes de la Galaxia. Aquellos que estén familiarizados con la otra Marvel, la que hace cómics, sabrán que el universo de la editorial norteamericana tiene dos grandes vertientes o escenarios: el más mundano, cuyas historias se desarrollan fundamentalmente en Nueva York y en el que se mueven personajes como Spiderman, los X-Men, Daredevil y un largo etcétera; y la vertiente cósmica, que durante muchos años estuvo esencialmente ligada a los 4 Fantásticos pero que, con el paso de las décadas, se convirtió también en terreno habitual de otros personajes, como Los Vengadores o los propios X-Men. El tema de Asgard y la vertiente mística de la editorial mejor los dejamos para otro día.

El caso es que la mitología cósmica marvelita siempre fue profusa y dio lugar a varias buenas historias (por si alguien tiene interés, aquí la reseña de El Guantelete del Infinito, saga escrita por Jim Starlin que se prevé esencial para comprender lo que está por venir en la gran pantalla). No era cuestión de que ese filón siguiera sin explotar, y Los Guardianes de la Galaxia ha sido la franquicia elegida para adentrarnos en este nuevo escenario. La decisión ha sido bastante más astuta de lo que pudiera parecer.

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Ronan, el acusador. Primer kree en una peli de Marvel.

Para empezar, Los Guardianes son un grupo bastante menor en el imaginario de la Casa de las Ideas (publicado por primera vez en 1969, reimaginado en 2008 con la formación que aparece en el film), con muy pocas implicaciones respecto a lo que se ha visto de Marvel hasta ahora en el cine, de modo que el espectador medio puede asistir a la función sin tener la sensación de que está viendo la enésima película de superhéroes. Los guiños marvelitas están ahí para quien quiera/pueda pillarlos, pero son absolutamente prescindibles. Esto permite a la productora expandir su universo cinematográfico, hasta ahora constreñido por la figura del superhéroe, y adentrarse en el terreno de la aventura espacia.

Porque eso es Los Guardianes de la Galaxia, una space opera con poca ambición y mucho descaro. El director y coguionista, James Gunn, no se molesta en disimular los referentes: un mucho de Star Wars y Firefly, un poco de la nueva Star Trek, incluso una pizca de Mass Effect (con tanto romance interracial y planeta tipo La Ciudadela), todo ello sazonado con la nostalgia ochentera que parece cubrir Internet y encajado en el molde creado por la productora que requiere mucha acción y comedia. Incluso la trama, que gira en torno a la búsqueda «del Orbe», repite la premisa de buenos-y-malos-buscan-objeto-todopoderoso repetida en varias pelis de la casa. El caso es que todo encaja y funciona de maravilla.

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Los Guardianes de la Galaxia no es ningún clásico, pero como película de verano funciona a la perfección. Es sumamente entretenida, espectacular como la que más, el guion tiene oficio y no insulta la inteligencia del espectador, incluso se permite darle a sus personajes una dimensión «humana» (nótese la ironía del término en este caso) de la que carecen la mayoría de los blockbusters. Quizás no sea tan carismática ni tan graciosa ni tan espectacular como Los Vengadores (para mí, sigue estando en la cima junto con Iron Man), pero es una más que digna representante de su casa. Habemus franquiciam, y yo que me alegro. Por cierto, al final de los créditos hay «huevo de pascua» (jojo). 7

Nueva portada para «El Guerrero a la Sombra del Cerezo»

Publicado 4 agosto, 2014 por David B. Gil
Categorías: Independiente

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El Guerrero a la Sombra del Cerezo (portada Carolina Bensler)

¡Estamos de estreno! Cuando llegamos al ecuador del concurso para autores indies de Amazon-El Mundo (recordad que tenéis hasta el 31 de agosto para comprar y valorar la novela por el irrisorio precio de 0,9€), recibo uno de los mejores regalos que me podían hacer: una portada profesional para El Guerrero a la Sombra del Cerezo. Y es que la ilustradora y colorista Carolina Bensler se ha marcado esta magnífica cubierta para la obra, ¡y lo ha hecho por amor al arte! A través de las redes sociales puso en marcha una iniciativa para colaborar gratuitamente con cinco autores independientes; parece que mi propuesta le moló y he sido uno de los afortunados. Aquí tenéis el resultado de su trabajo.

La portada estará disponible para aquellos que compren el libro a partir de ahora. Y aquellos que ya lo habéis comprado, podéis actualizar vuestra anterior versión a través de la página «Gestionar mi Kindle» en http://www.amazon.com De propina os llevaréis un glosario actualizado y un nuevo Índice de Contenidos accesible desde cualquier página del ebook a través del botón «Ir a».

Y para los que queráis conocer mejor el trabajo de Miss Bensler y sus magníficas portadas, aquí tenéis su web. No tiene desperdicio.

Para comprar El Guerrero a la Sombra del Cerezo (¿¡aún no lo habéis hecho!?) sólo tenéis que clicar aquí. Y si antes queréis catar un bocado, aquí tenéis la web alasombradelcerezo.com y un enlace para descargar los dos primeros capítulos en PDF.

El Guerrero a la Sombra del Cerezo

Publicado 27 junio, 2014 por David B. Gil
Categorías: Independiente

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El Guerrero a la Sombra del Cerezo

El Guerrero a la Sombra del Cerezo es, probablemente, el proyecto más difícil al que me he enfrentado en mi vida. He escrito otras dos novelas después: una corta, de género infantil/juvenil, y un thriller de ciencia ficción del que ya os hablaré. Pero El Guerrero fue la primera vez que me propuse escribir seriamente (devaneos juveniles aparte).

No fue de la noche a la mañana. La historia estuvo rondando mi cabeza durante años. Iba y venía: quizás un día, mientras hacía la compra, me descubría pensando cómo serían los personajes; una semana después, mientras me duchaba, imaginaba tramas y diálogos. Pero me negaba a escribirla porque era muy consciente del enorme trabajo que requeriría. Así que la empujaba hacia el fondo, muy abajo, pero al cabo del tiempo volvía a salir a flote, como un corcho obstinado.

Será porque, como decía Maya Angelou, no hay mayor agonía que arrastrar una historia sin contar en tu interior, o porque de repente me vi con demasiado tiempo libre entre las manos. El caso es que una mañana de 2009 me senté en mi escritorio y empecé a trabajar. Reuní documentación, y luego más documentación, y cuando comprendí que con la información en español no tendría suficiente, busqué por la web libros en inglés, y más tarde tuve que pedir a algunos amigos que me buscaran información en japonés. Y sólo cuando me sentí preparado comencé a escribir.

Fue un doble reto: por una parte, lidiar con la historia que salía a borbotones de mi mente, domarla, darle forma hasta construir las tramas y aprender a dotarlas de ritmo e interés. Por otra, seguir documentándome, porque quien haya escrito algo de ficción histórica (o lo haya intentado) sabrá que una cosa es conocer el contexto geopolítico y otra saber cómo se planchaba en el Japón del siglo XVII, o cuál era el menú que se servía en las posadas. Cada escena me obligaba a parar para buscar nueva información.

Pero la cosa avanzó y avanzó, hasta que llegó el punto y final. Que no fue tal, porque me propuse publicar, así que la envié a editoriales y concursos y, de algún modo, mi historia fue finalista de un premio cuyo elenco de ganadores aún me da vértigo. Y siguió avanzando cuando una agencia decidió representarla, y dio otro pasito más cuando varias editoriales nos confirmaron su lectura… Pero ahí es donde se ha estancado todo. Será la crisis, será que la temática es extraña para el mercado español, pero dos años de silencio editorial son bastante duros. Uno podía intentar prepararse para los famosos rechazos, pero no para que pasaran los meses sin saber si aún quedaba alguien que se acordara de tu libro. Cómo será la cosa que, cuando mi agente me notificó el único rechazo que hemos recibido hasta la fecha, incluso llegó a hacerme ilusión, porque significaba que la criatura aún estaba viva. La editorial (no diré el nombre) la desestimó porque había “pocas escenas románticas y de sexo”, alegando que en estos momentos están buscando “novelas más comerciales”. Y yo no puedo sino aplaudir. Que cada uno publique aquello con lo que cree que va a hacer negocio, faltaría más, pero si confirmas la lectura de un manuscrito, por lo menos ten la decencia de dar una respuesta en dos años, porque estás dejando en vilo a alguien que acumula un buen puñado de ilusiones en el bolsillo.

Así que, visto lo visto, y dado que mi única satisfacción  hasta la fecha en esto de escribir me la ha dado un concurso literario, he decidido volver a presentar El Guerrero a la Sombra del Cerezo a un certamen: al I Concurso de Autores Independientes de Amazon-El Mundo. Con la diferencia de que esta vez mi historia no se defiende sola, también depende de vosotros, porque las cinco finalistas saldrán de entre aquellas que consigan más ventas y mejores valoraciones de los lectores.

Eso significa que mi primera novela está ya a la venta. Una historia que, durante cuatro años, fue el último pensamiento de cada noche y el primero de cada mañana. Una historia de la que me siento orgulloso y cuyos personajes se quedarán conmigo para siempre. Una historia que, al fin y al cabo, no tendrá sentido si vosotros no la leéis.

 

El Guerrero a la Sombra del Cerezo
http://www.alasombradelcerezo.com
Autopublicado. A la venta en Kindle Amazon por 0,9€

Hayao Miyazaki y el viento que no cesa

Publicado 8 May, 2014 por David B. Gil
Categorías: Cine y series, Reseñas

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El viento se levanta - cartel

En la cultura japonesa, el shokunin es aquel artesano que, dedicado por entero a su oficio, es capaz de sublimarlo hasta convertirlo en arte. Hay mucho de shokunin en la forma de trabajar de Hayao Miyazaki y del estudio Ghibli, en esa obstinación por mantenerse fiel a la animación tradicional, por seguir dibujando plano a plano cuando el resto de la industria considera la técnica demasiado costosa y obsoleta. Pero el señor Miyazaki no tiene problemas en demostrar, una vez más, cuán equivocado está el resto del mundo: apoyándose en un viejo arte que los animadores de Ghibli, podemos decirlo ya, dominan como nadie nunca antes, el director japonés nos regala con El viento se levanta una película hermosa a todos los niveles. Una película que sirve, además, como testamento creativo de un genio del cine.

Indistintamente de que ésta sea en efecto la despedida de Hayao Miyazaki, o que, como sucediera en anteriores ocasiones, el director decida dar marcha atrás y rodar una nueva última película, es evidente que Miyazaki condensa en el film gran parte de su filosofía de vida como autor. Pretende dejar su mensaje para los que están por venir, y en ese aspecto la película rezuma la profundidad y la melancolía de una despedida sincera. Titulada con los versos de un poema de Paul Valéry,  El viento se levanta entronca con el nombre del propio estudio fundado por el autor («ghibli», como llamaban los italianos al viento que sopla en el Sáhara), que a su vez hace referencia al Caproni CA.309 Ghibli, avión diseñado por el ingeniero Giovanni Caproni que en esta película hace, ni más ni menos, que de guía espiritual del protagonista, Jirô Horikoshi.

 THE WIND RISES. © 2013 Nibariki - GNDHDDTK

Hay una intención manifiesta del autor de cerrar el círculo, y lo que en un principio podía confundirse con el biopic del ingeniero que diseñó el caza Zero, el avión japonés más (tristemente) popular de todos los tiempos, acaba por ser un canto a la vida protagonizado por un personaje que tiene mucho del propio Miyazaki. El viento se levanta no sólo nos narra las vicisitudes de este muchacho que soñaba con volar y que terminó por convertirse en el ingeniero aeronáutico más importante de Japón, también realiza una panorámica de la profunda evolución de la sociedad japonesa durante la década previa y los años posteriores a la II Guerra Mundial, un país que (como Alemania) ligó su desarrollo tecnológico a la industria bélica y cuya población sufrió las duras consecuencias de las ambiciones militaristas. Miyazaki, que suele trasladar sus películas a mundos de fantasía que funcionan en sentido alegórico, no esquiva aquí ningún aspecto histórico: sus personajes admiran la tecnología alemana, critican las aspiraciones expansionistas de su gobierno, conviven con la miseria ocasionada por la Gran Depresión y son testigos de la Noche de los Cuchillos Largos en Berlín. Una recreación de la realidad que resulta novedosa en el cine de Miyazaki y que le ha valido no pocas críticas en Japón, procedentes sobre todo de los sectores más nacionalistas.

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Pero todo ello no es sino el trasfondo de la verdadera historia que Miyazaki quiere contar, que no es otra que el amor de Jirô hacia los aviones. Un amor que, en su contexto vital, le lleva a poner su talento al servicio de la Armada Imperial Japonesa, del mismo modo que Miyazaki ha podido ponerlo al servicio del cine. Es este el mensaje esencial de la película y del poema de Valéry, varias veces recitado a lo largo de la cinta: cuando el viento se levanta debes desplegar las alas y dejarte llevar. Lo verdaderamente importante es aprovechar ese impulso vital, creativo; después, donde la vida te lleve, es algo que está fuera de tu control. Nuestro único pecado sería no atrevernos a levantar el vuelo, porque el viento no sopla para siempre.

Jirô Horikoshi vive apurando esos momentos en los que el viento sopla para él, aunque este viento le lleve, por una parte, a diseñar aviones de guerra y, por otra, a amar a una mujer enferma de tuberculosis. Decisiones que marcarán su vida pero de las que jamás podrá arrepentirse, pues las toma siendo fiel a sí mismo y a sus sentimientos. Una hermosa lección vital que subyace a lo largo de toda la película y que queda plasmada, de manera especialmente emotiva, en la relación de Jirô con la chica que se convertirá en su esposa, y que constituye una de las historias románticas más hermosas, sinceras y carentes de impostura que he visto en el cine en mucho tiempo. Una historia de amor que por su sencillez y honestidad recuerda a esos siete primeros minutos de Up, y hace que te preguntes, una vez más, si hay algún registro en el que Miyazaki no raye alto.

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En lo referente al aspecto visual, sólo se puede decir que ver El viento se levanta en una sala de cine es una auténtica delicia para todos aquellos que hemos crecido entre cómics y dibujos animados. La belleza plástica de escenas como el terremoto de la región de Kanto te deja clavado a tu butaca y te hace preguntarte por qué alguien, en algún momento, decidió que ya no merecían contarse así las historias. Sin técnicas de captura de movimiento, ni croma ni iluminación dinámica por ordenador, tan sólo un equipo de dibujantes, como el maestro Kazuo Oga, apoyándose en sus tintas y su experiencia para recrear unos escenarios y unos personajes como ya sólo Ghibli puede ofrecernos. Y es esa certeza, la de que ya nadie invertirá tanto tiempo y esfuerzo en animar como se hacía el pasado siglo, lo que convierte cada nueva producción de Ghibli en una delicatessen a saborear lentamente.

No se queda atrás el apartado sonoro, no sólo porque Joe Hisaishi, autor de las bandas sonoras de todas las películas de Miyazaki, vuelva a brindar una partitura delicada, profunda, de aires meditarráneos como ya hiciera en Porco Rosso, o por la hermosísima canción que cierra los títulos de crédito, Hikoki gumo («estelas de vapor») de Yumi Arai, sino también por la peculiar apuesta del director por que todos los efectos de sonido del film, en especial la infinidad de ruidos producidos por los aviones, desde sus motores hasta sus aspas y timones, estén recreados vocalmente como si de una suerte de beat box se tratara. Es decir, tal como el propio Jirô los imaginara en su infancia, cuando soñaba con los aviones pero nunca había podido ver o escuchar uno de cerca.

El viento se levanta es, probablemente, la cumbre técnica del estudio japonés, al tiempo que representa la película más personal y comprometida de su director, la que Miyazaki imaginó como testamento autoral. Viendo el resultado, mencionar algunos de sus defectos, como el excesivo metraje de ciertas escenas, resultaría casi inoportuno por mi parte, pues la sensación final que deja la película es la de haber visto un trabajo redondo, inspirado en lo técnico, lo narrativo y lo personal. La obra de un genio en la cima de su carrera, hasta el punto de que Miyazaki, probablemente sin pretenderlo, contradice las palabras del propio Caproni: «una persona creativa da lo mejor de sí durante diez años», le explica a Jirô en uno de sus sueños, «después de esos diez años debe dejarlo». Hay excepciones para todas las reglas. 10

47 Ronin, la epopeya samurái vista por el cómic USA

Publicado 19 marzo, 2014 por David B. Gil
Categorías: Cómic USA, Reseñas

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La leyenda de los 47 ronin vuelve a estar de moda merced a la (inefable) adaptación cinematográfica llevada a cabo por Hollywood. Pero este volumen de 150 páginas publicado por Planeta –recopilación de la miniserie de cinco números de Dark Horse Comics– poco tiene que ver con el blockbuster protagonizado por Keanu Reeves (gracias al cielo y a los «ocho millones de kamis», he de añadir). De hecho, la aproximación a la historia es diametralmente opuesta: si la versión cinematográfica dirigida por Carl Rinsch era una suerte de abominación hipertrófica, la adaptación realizada por Mike Richardson y Stan «Usagi Yojimbo» Sakai es sutil, inteligente y decididamente respetuosa con un relato, mitad Historia mitad mito, que forma parte del imaginario cultural japonés. No en vano, el propio Richardson se encarga de citar el viejo dicho de que «conocer la historia de los 47 ronin es conocer Japón».

El problema es que conocer la realidad en torno a dicho suceso no resulta tan sencillo. Los acontecimientos relativos a los 47 ronin, en efecto, sucedieron (las 47 tumbas de estos guerreros samuráis se pueden visitar en el templo Sengaku-ji, en Tokio), pero como ocurre con otros muchos eventos y personajes de la historia japonesa pre-moderna, los hechos saltaron inmediatamente a la narrativa popular: representaciones de kabuki, teatro de marionetas bunraku, poesía, grabados ukiyo-e, cuentacuentos… Todos contribuyeron a popularizar la hazaña de los 47 ronin casi desde el mismo día de los acontecimientos, pero también distorsionaron los hechos y a sus protagonistas, los exageraron, los deformaron y, en definitiva, los dramatizaron.

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En esencia, 47 Ronin narra la venganza llevada a cabo por los samuráis del señor feudal Asanao Takumi-Naganori después de que éste se suicidara por orden del shogún tras un conflicto con el funcionario Kira Yoshinaka. Según la historia, Kira, ofendido por las reiteradas negativas de Asano a pagar los sobornos a los que los funcionarios estaban habituados, tiende una trampa al señor de la provincia de Ako: conocedor del orgullo de los grandes daimios, aprovecha un encuentro privado en el palacio de los Tokugawa para humillar y provocar al señor Asano hasta que éste desenfunda su espada para hacerle callar, un gesto castigado con la muerte en la residencia del shogún. Esta es la premisa común a todas las adaptaciones de la leyenda de los 47 ronin, que posteriormente se centran en explicar cómo Oishi Kuranosuke Yoshio, jefe de los samuráis del señor Asano, entrega el castillo de su amo acatando la ley del shogún, sólo para consagrar el resto de su vida a la elaborada venganza que ha de restituir el honor de su señor.

Sobre esta historia base hay un sinfín de variaciones que ponen el énfasis en uno u otro aspecto del relato, hasta el punto de que resulta difícil conocer cómo sucedieron realmente los acontecimientos. Mike Richardson, guionista del cómic a la sazón que fundador de Dark Horse, aborda el proyecto, no obstante, con la devoción de un amante de la cultura japonesa en general y un devoto de esta leyenda en particular. Esto se traduce en que la versión de los 47 ronin que tenemos entre manos se cimienta en un amplio trabajo de documentación acometido por Richardson durante casi dos décadas, con el asesoramiento (intuimos que resignado) de un mito del manga: Kazuo Koike, autor de El lobo solitario y su cachorro, quizás el cómic de samuráis más importante de todos los tiempos, publicado en Estados Unidos precisamente por Dark Horse. Con esta sólida base documental, el guion elaborado por Richardson dibuja una versión estilizada de los acontecimientos, carente de histrionismo y grandes exageraciones, pero con una idealización de los personajes y de la figura del samurái digna de los manuales de Yamaga Soko. Nada que achacarle, pues no estamos ante un trabajo de reconstrucción histórica, sino ante un relato de ficción que busca entretener al tiempo que es consecuente con la supuesta realidad de los acontecimientos.

Sin embargo, donde el guionista no ha querido hacer concesiones es a la hora de recrear con total fidelidad los ambientes y detalles del Japón del periodo Edo: arquitectura de los castillos, escenarios interiores, el emblema de los clanes, el aspecto de los ciudadanos de la gran metrópolis feudal, sus usos a la hora de vestir, de desenvolverse… incluso sus poses a la hora de sentarse o de comer. Todo ello debía estar recreado de manera minuciosa y fidedigna. Creo no equivocarme si digo que fuera de Japón sólo existe un autor con un conocimiento tan profundo del periodo histórico y de la cultura samurái como pretendía Richardson, un autor que, para colmo, trabajaba en su propia editorial: Stan Sakai.

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El creador de Usagi Yojimbo no sólo aporta su experiencia a la hora de trasladar los ambientes y personajes del Japón feudal a la viñeta, sino que embebe todo el relato de su peculiar estilo narrativo, con ilustraciones próximas al cartoon y una cadencia pausada que nos permite deleitarnos en los matices de la historia y de los personajes. Apenas hay sangre en las páginas dibujadas por Sakai, la violencia se encuentra estilizada, carente de brutalidad o realismo, pero la expresividad de sus samuráis, la dignidad de sus rostros o la profunda determinación de sus acciones están representadas con una potencia sólo al alcance de un maestro de la sencillez. En esta época en la que el cómic norteamericano gusta de abusar de viñetas mastodónticas y splashpages, resulta casi balsámico toparse con la narración comedida de Stan Sakai. Especial atención al uso del código de colores, con una paleta dominante para cada estación del año, o a cómo cada capítulo comienza desde la perspectiva de unas ramas de cerezo, cuyas flores nos indican, igualmente, el periodo del año y el desarrollo de los acontecimientos. Atención también a las tres últimas viñetas del volumen; no desvelaré nada, pero cuántos ilustradores no hubieran optado por la espectacularidad para plasmar la escena, por un gran pin-up de lucimiento personal. Sakai, sin embargo, lo resuelve con absoluta sencillez, con viñetas pequeñas que te sobrecogen, con la aplastante potencia de la simplicidad.

No suele haber muchos buenos cómics de samuráis producidos en Occidente. 47 Ronin lo es, tanto por el respeto con el que aborda la leyenda japonesa como por la implicación personal de sus autores, que si bien pueden haber aprovechado el tirón comercial que aporta toda superproducción hollywoodiense, nos ofrecen un cómic que, a todas luces, no es un trabajo oportunista. 8

47 Ronin
Mike Richardson y Stan Sakai
Dark Horse Comics. Publicado en España por Planeta. Rústica, 152 páginas, color, 12,95 €