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La Casta de los Metabarones

20 marzo, 2010

Me he retrasado mucho con esta reseña, pero creo que la entidad del cómic lo merecía: La Casta de los Metabarones, nada menos que una de las obras de referencia del cómic ¿europeo? que comenzó a publicarse en Francia allá por 1981. Lo de europeo entre interrogaciones se debe a que, aunque la edición del cómic es netamente francesa, corriendo su publicación a cargo de la “editorial/fundación/colectivo” Humanoids Associés (conformado por autores del cómic y la ciencia ficción francesa, tales como Moebius o Jean Pierre Dionnet), los autores de la obra son el polifacético chileno Alejandro Jodorowsky y el ilustrador argentino Juan Giménez.

Independientemente de la nacionalidad de sus creadores, La Casta de los Metabarones encaja perfectamente en esa corriente creativa cuyo máximo exponente y faro de referencia fue la revista francesa Metal Hurlant, publicada precisamente por Humanoids Associés entre 1974 y 1987, y que también vio la luz en Alemania, Italia, Gran Bretaña, España y Estados Unidos (allí bajo el nombre de Heavy Metal). Esta publicación se convirtió en un auténtico generador de tendencias en el ámbito de la cultura fantástica y la ciencia ficción, tocando todos los palos y creando un imaginario compartido tanto por los autores como por el público. Así, Metal Hurlant eran las evocadoras ilustraciones de Frank Frazetta, los relatos de Phillip K. Dick, las novelas de Frank Herbert, la SciFi hollywoodiense como Blade Runner, la música más transgresiva como el metal de Iron Maiden o los acordes electrónicos de Vangelis y, definitivamente, también eran los cómics como La Casta de los Metabarones.

Por tanto, leer la reciente edición realizada por Mondadori de la obra de Jodorowski y Giménez, recogida en un único volumen dentro de la colección Reservoirs Books, es un poco como viajar en el tiempo hacia esa ciencia ficción ochentera, más emparentada con los mundos fantásticos de Dune y heredera de los relatos de John Carter de Marte, que la actual ciencia ficción obsesionada con la tecnificación y los universos virtuales. Es redescubrir que la SciFi tiene todavía validez como entretenimiento puro, como creadora de mundos y civilizaciones imposibles, sin necesidad de ser una constante metáfora de nuestra época contemporánea.

Metiéndonos en harina, habría que decir que el Último Metabarón es un personaje secundario de la saga El Incal, desarrollada entre Jodorowski y Moebius. Al igual que allí, en este cómic el chileno recicla muchas de las ideas que planteó para su truncada adaptación cinematográfica de Dune, por lo que se pueden encontrar ciertos paralelismos  entre ambas obras. Respecto al argumento, podemos decir que el título es bastante descriptivo, ya que lo que se nos narra es la saga de los metabarones, desde el primero hasta el último de esta casta de guerreros invencibles que se regían por un código de honor y de conducta tradicionalista, muy similar al bushido, pero que no dudaban en alterar cibernéticamente su cuerpo para lograr cualquier ventaja en la batalla. Como resultado, los metabarones se convirtieron en los guerreros mercenarios más poderosos de la galaxia, capaces de desestabilizar cada uno de ellos a mundos enteros, o de mantener imperios con simplemente anunciar que respaldaban al régimen. Más que guerreros, eran el arma definitiva, con la particularidad que el nuevo metabarón sólo era investido como tal una vez asesinaba a su padre. Así, durante varias generaciones, los Castaka, capaces sólo de concebir varones, engendraban al que sería su propio asesino y sucesor.

Por tanto nos encontramos con un relato de estructura cíclica, con ocho capítulos (titulados con el nombre del Metabarón al que está dedicado) en el que asistimos al nacimiento, adiestramiento, ascensión al poder y posterior asesinato de cada uno de los ocho metabarones, hasta que el último de ellos rompe este ciclo. Este planteamiento puede parecer reiterativo, pero Jodorowski introduce los suficientes elementos de motivación como para que la historia de cada metabarón nos resulte interesante por sí misma; hasta el punto de que el lector aguarda esos momentos del relato que sabemos inevitables, como el enfrentamiento entre padre e hijo, o el encuentro con la mujer que será la madre del próximo metabarón, para ver cómo el autor los solventa en esta ocasión.

Lo más llamativo del trabajo de Jodorowski es que concibe su obra como un drama griego clásico, al estilo de las obras de Homero, y no sólo porque se trate de una epopeya grandilocuente, o porque ensalce la figura de héroes imposibles, sino porque el tono, la concepción de los personajes y sus reacciones exageradas son las que se encuentran en los clásicos de la antigüedad. Jodorowski pretende entroncar su obra, a través de los siglos, con la épica de la Ilíada y la Odisea, los pilares fundamentales de la literatura grecolatina. De este modo, sus personajes no parecen envejecer, acometen hazañas inconcebibles para los mortales, reaccionan con sentimientos de una pasión desmedida o de una crueldad extrema, lejos de un comedimiento mínimamente realista; las madres cometen incesto por amor, y los hijos matan a sus padres por honor… Es decir, al igual que en los poemas épicos de la antigüedad, todo está exagerado, a veces hasta el absurdo.

Depende de cada lector el asumir o no la propuesta de Jodorowski. Es cierto que la historia que se nos cuenta, en su concepción, es similar a una epopeya clásica, sin embargo, la antinaturalidad de todos los personajes distancia al lector del relato, incapaz de identificarse con ninguno de sus protagonistas. Personalmente, me cuesta desarrollar interés por estos personaje: sus comportamientos son tan arquetípicos que sería como emocionarme al leer un libro de historia.

Esto hace que el relato no enganche en algunos momentos y asistamos, más o menos indiferentes, a una narración que por lo demás resulta eficaz pero en ningún momento brillante, cargada de situaciones que ya hemos visto en otros grandes clásicos del género. Aun así, una vez que concluimos la lectura, sentimos la sensación de haber leído una obra compacta y con personalidad. La fuerza del conjunto es innegable.

Al margen del trabajo de Jodorowski, creo que es justo destacar el magistral arte de Juan Giménez, un dibujante con un nombre tan fácil de olvidar como inolvidables son sus ilustraciones. Giménez realiza un trabajo soberbio, dando una lección de cómo diseñar y plasmar escenarios y trasfondos. Y es que en esta obra el argentino convierte en protagonistas a los paisajes estelares, los exóticos planetas, la extraña arquitectura de cada civilización… todo ello conforma un mosaico de una personalidad arrolladora, dejando en un segundo plano su diseño de personajes, menos imaginativo en comparación. Es tan habitual en el cómic contemporáneo encontrarnos con dibujantes que se centran sólo en los personajes, convirtiendo el contexto en anodinos fondos impersonales, que el trabajo de Giménez se antoja una referencia imprescindible, demostrando que si un autor quiere tener personalidad en su trabajo y dotar de consistencia un guión, debe trabajar por encima de todo la recreación del mundo donde se desarrolla un cómic. Simplemente espectacular.

En definitiva, una lectura imprescindible para comprender la ciencia ficción europea, pero que, a mi juicio, le falta ritmo y unos personajes más creíbles para contarse entre las obras verdaderamente grandes del género. 7

 

La Casta de los Metabarones.
Alejandro Jodorowski y Juan Giménez. Editorial Random Mondadori, colección Reservoirs Books.